Historias DiarioSur
Por Óscar Aleuy , 20 de octubre de 2023 | 22:57

Patagonia a bordo de una nave junto a Magallanes y Pigafetta

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Tehuelche de la Patagonia (Fotografía: Museo de Bariloche); (Mapa incluido en el libro The Countries of the King's Award del C. T. H. Holdich).
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En un juego de imaginación, es posible viajar por espacios distintos donde la entelequia y el acontecimiento histórico caminan a la par. Los invito a seguir este ejercicio (Crónica del historiador Óscar Aleuy)

Lo mismo que la Trapananda (que es el Aysén), el vocablo Patagonia asoma como un latigazo extrañamente atrayente y salvaje. Es cosa de leer que el término parece proceder de los patagones, gentes de grandes patas. Y que tal denominación los definió sólo por el tamaño de sus pies que, al menos donde yo estaba, parecían enormes debido a las abarcas u ojotas de cuero de guanaco que dejaban, en su constante trajinar, unas huellas descomunales. 

Patagonia, un término popular

El término así definido, no puede ser más que un vulgarismo colmado de la enjundia de una poblada miserable y limitada. Me doblega la fantasía y los intentos de verificación que todos se empeñan en lograr en la época donde estoy. Por eso me subo, casi sin pensarlo, a este viaje un tanto incómodo que raya entre el desborde de la realidad y un difícil ejercicio de la imaginación. 

Patagonia es la vasta región extendida en forma de punta triangular entre los dos grandes océanos, y que cubre el extremo del continente sudamericano. Desde su denominación ya se entra en el terreno de la utopía al encontrar un país habitado por los aborígenes a los que Magallanes, durante su consabida expedición descubridora de 1520, habría bautizado con el nombre de Patagones. La primera sorpresa cae a plomo y me hace retroceder en el tiempo hasta encontrarme con algunas luces de acercamiento que me hacen distinguir una verdad difícil de entender. Vamos allá.

El primer movimiento

En 1520 abordé la nave capitana Trinidad con algo de escozor y encono. En pocos minutos subió a bordo un joven italiano natural de Vicenza, que se enroló con Antonio Lombardo por ser de Lombardía, y que se llamaba Antonio Pigafetta. Al correr de los azarosos tres años que duró aquel viaje —del cual fue uno de los escasos sobrevivientes, Pigafetta llevó una cuenta minuciosa de todo lo que contemplaban sus azorados ojos y, sobre la base de estos apuntes, redactó en una mezcla de italiano y veneciano con algunas salpicaduras de español, el relato titulado Navegación y descubrimiento de la India Superior

Examiné con sumo cuidado la prolija narración de Pigafetta, mientras se levantaba un viento fuerte en la azotea del torreón. Al llegar al punto en que la escuadrilla yacía fondeada en el Puerto de San Julián, en disposición de invernar, se leía esto: nos demoramos allí dos meses enteros sin ver jamás habitante alguno; un día cuando menos lo esperábamos vimos un gigante que estaba al borde del mar casi desnudo y bailaba, saltaba y cantaba, y al mismo tiempo se echaba arena y polvo sobre la cabeza. Pigafetta terminaba señalando: nuestro capitán (Magallanes) llamó a esta gente Patagoni.

 La Patagonia es rotulada como una «región de gigantes CARTOGRAFIA 1542 DE DIEGO GUTIERRES Y JERONIMO COCK. (Libro del autor “Memorial de la Patagonia”).

Hernando de Magallanes

Magallanes vino al mundo en 1480, en las cercanías de Oporto, Portugal, con el nombre de Fernao de Magalhaes. Era hijo de Pedro y Alda, los que murieron cuando tenía diez años. A los doce ingresó como paje en la corte de la reina Leonor y en 1520 partió de España con 5 naves, en un viaje de plena conquista y descubrimiento donde se encontró con invaluable información geográfica y etnográfica. 

Poco después aparecieron las copias manuscritas vertidas al francés, y en ellas figura el vocablo patagons. ¿Qué habría querido representar Magallanes con este término? Las opiniones están divididas. Algún historiador asegura que el nombre de patagón no fue dado a los aborígenes por sus grandes pies —lo que parece ser la tesis más difundida— sino a causa de la apariencia deforme que le daba una especie de grosera polaina de piel de guanaco mal ajustada. La palabra patagón, entonces, habría derivado siempre de pata de cao (pata de perro). Pero otros estudiosos se inclinan a ver en Patagón una referencia a pata de oso, a causa de esa ojota que le cubría el pie y le daba un aspecto de ser redondo. Algunos se inclinan al término originario de pata gao, que en portugués significa pie grande; los menos, apelando al quechua, echan a correr la versión que hace proceder patagón de patak (cien) y la palabra aonikenk, que significaría cien naturales, con la cual los incas designaban a estos originarios. Y en este tren de forzamiento idiomático no faltará quien sustente la teoría de que patagón deriva de la lengua pampa, en la cual pa indica la idea de venir, y thagon la de quebrarse, romperse, despedazarse, por lo que entonces patagón sería aquel que llega destrozado y Patagonia, tierra rota, despedazada por las violentas conmociones sísmicas ocurridas en la remota antigüedad. Cerré lentamente la claraboya, hasta donde me permitieron los rudos óxidos del metal, ya bamboleante y mojado. Y bajé a cubierta un poco desorientado.

Ahí mismo me encontraron las últimas ideas de Pigafetta, cuyo estilo me envolvió siguiendo el caótico bamboleo de la nave: 

Era este hombre tan alto que con la cabeza apenas le llegábamos a la cintura. Se veía bien formado, con el rostro ancho y teñido de rojo, con los ojos circulados de amarillo, y con dos manchas en forma de corazón en las mejillas. Sus cabellos, que eran escasos, parecían blanqueados con algún polvo. Su vestido, o mejor, su capa, era de pieles cosidas entre sí, de un animal que abunda en el país, que tiene la cabeza y las orejas de mula, el cuerpo de camello, las piernas de ciervo y la cola de caballo y cuyo relincho imita. Tenía también una especie de calzado hecho de la misma piel. Llevaba en la mano izquierda un arco de gran altura, y andaba cubierto con pieles y con el rostro pintado. Se cree que los llamó patagones por el tamaño muy agrandado de sus pies, que estaban envueltos con pieles de guanaco. 

Interactuando con los originarios

“Yo reboté en el énfasis del indio, y divisé sus pisadas y me uní a sus cacerías. Yo desperté bajo la luna de los céwaches llorando en silencio junto a los kawéskar” (Fragmentos poema del cronista publicado en Geografía Poética de Aysén, )

El comandante en jefe mandó darle de comer y de beber, y le hizo traer un gran espejo de acero. El gigante retrocedió tan espantado que echó por tierra a cuatro de los nuestros que se hallaban detrás de él. Le dimos cascabeles, un espejo pequeño, un peine y algunos granos de cuentas; fue conducido a tierra, haciéndose acompañar de cuatro hombres bien armados. Su compañero corrió a advertir y llamar a los otros, dando principio inmediatamente a un baile y un canto, durante el cual levantaban al cielo el dedo índice, para damos a entender que nos consideraban como seres descendidos de lo alto, señalándonos al mismo tiempo un polvo blanco depositado en marmitas de greda, que nos lo ofrecieron, pues no tenían otra cosa que damos de comer. 

Seis días después, algunos de nuestros marineros ocupados en recoger leña para el consumo de la escuadra, vieron otro gigante vestido como los otros, armado igualmente de arco y flechas. Al aproximarnos a él, se tocaba la cabeza y el cuerpo y en seguida levantaba las manos al cielo, gestos que los nuestros imitaron. Este hombre era más grande y mejor conformado que los otros, poseía maneras más suaves para comunicarse y danzaba y saltaba tan alto y con tanta fuerza que sus pies se enterraban varias pulgadas en la arena. Pasó algunos días en nuestra compañía y aprovechamos de enseñarle que el pie dejaba una enorme huella sobre la arena.

Quiso el capitán retener a los dos más jóvenes y mejor formados para llevarlos con nosotros durante el viaje, incluido España; pero viendo que era difícil apresarlos por la fuerza,  les dio gran cantidad de cuchillos, espejos y cuentas de vidrio hasta llenar sus manos; en seguida les ofreció dos de esos anillos de hierro que sirven de prisiones, y cuando vio que deseaban mucho poseerlos (porque les gustaba muchísimo el hierro) y que por lo demás no podían tomarlos con las manos, les propuso ponérselos en las piernas a fin de que les fuera más fácil llevárselos: consintieron en ello y entonces nuestros hombres les aplicaron las argollas de hierro, cerrando los anillos hasta que quedaron encadenados. Tan pronto como notaron la superchería, se pusieron furiosos, soplando, aullando e invocando a Set Ebos, que es su demonio principal, para que viniese a socorrerles.

Creo que había neblina cuando cuento esto. Se sentía avanzar entre los ojos una bruma melancólica y callada. Estaba yo junto a los demás, en la mitad de una época que no me pertenecía y en una región que empezaba a visualizarse en los 44 grados al sur y proseguía casi hasta el Estrecho de Magallanes, en una tierra misteriosa que incluía los Coronados del Lago de Chiloé, que es el Mar del  Sur en 46 grados más al puerto desde la tierra del César, la que en lengua natural era probablemente llamada la Trapananda. 

Horrible crucigrama, lleno de alternativas aparentes y acaso imaginarias, con laberintos sin salida, elucubraciones y antojadizas imágenes y teorías.

Se da el caso ―como puede que haya ocurrido hoy―, que armar los significados del vocablo Patagonia daría para muchas disquisiciones y análisis. De ahí este nuevo arrojo por doblegar a la lógica y robarle situaciones como éstas, donde no se descuida el original y se puede transitar libremente, como un personaje más, en lo más profundo del argumento y la evidencia. Pronto llegarán Los Césares y los Rabudos, los mitos, la tautología del Áysen y el énfasis en el procedimiento de desbarrancar el ritmo lógico para intentar montarse a la fuerza en el tropel del desenfreno.

 

OBRAS DE ÓSCAR ALEUY

Óscar Aleuy, escritor coyhaiquino

La producción del escritor cronista Oscar Aleuy se compone de 19 libros: “Crónicas de los que llegaron Primero” ; “Crónicas de nosotros, los de Antes” ; “Cisnes, memorias de la historia” (Historia de Aysén); “Morir en Patagonia” (Selección de 17 cuentos patagones) ; “Memorial de la Patagonia ”(Historia de Aysén) ; “Amengual”, “El beso del gigante”, “Los manuscritos de Bikfaya”, “Peter, cuando el rock vino a quedarse” (Novelas); Cartas del buen amor (Epistolario); Las huellas que nos alcanzan (Memorial en primera persona). 

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Oscar Hamlet, libros de mi Aysén | Facebook

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